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[Serie de relatos] Al igual que nuestros padres

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Mensaje por Zarek Jue Feb 25, 2016 7:58 pm

Yacía tendido en el suelo, con la mejilla apoyada contra la tierra. Allí se quedó, jadeando, en silencio, tanto que los demás se preguntaban si no se habría desmayado o agonizaba profundamente. El sol se ponía con una claridad vacilante mientras la luz anaranjada del atardecer moría despacio. Al fin Zarek se incorporó, y los otros pudieron verle la cara: pálida, hinchada, de ojos embrollados y aturdidos. La sangre cubría una buena parte de la piel de su rostro sin poder distinguirse bien si era completamente suya o no.

—Vamos, muchacho.— dijo el soldado.

El hombre le agarró fuerte de la solapa del cuello y tiró de ella una sola vez para que reaccionara, sin embargo él giraba sobre sí mismo, examinando el entorno con una mirada atónita, una mirada que cada vez llegaba más y más lejos, por encima del muro que tenía al lado incluso, que cercaba unas tierras ricas y bien cultivadas en las que abundaban las huertas, las granjas con hornos de lúpulo y graneros, las dehesas y los establos, tierras en las que numerosos arroyos descendían en ondas a través de los prados verdes al fondo de la estampa. Desgraciadamente eran ya pocos los agricultores y campesinos que moraban en la zona, pues la mayor parte de ellos habían huido despavoridos y la parte restante había sido asesinada durante el saqueo.

El joven seguía sin poder dar crédito a lo que acababa de suceder en la aldea, jamás había visto algo similar; era como si su sentido de la audición se hubiera desvanecido casi por completo a causa de la reciente sacudida de adrenalina, apenas lograba oír más allá de un leve zumbido agudo en el fondo de su tímpano. El corazón seguía latiendo a un ritmo frenético a pesar de ser consciente, poco a poco, de que ya había terminado todo, que al fin estaban a salvo.

—¡Muchacho!—dijo el soldado de nuevo, alzando la voz.

Zarek reaccionó y trajo de nuevo la mirada a su alrededor, paseándola por los aledaños, en los que el olor a madera quemada comenzaba a ser latente. Su madre y hermanas pequeñas seguían llorando agazapadas tras los fardos de heno, junto a las carretas y las horcas. Se preguntaba dónde estaría su padre, la última vez que lo vio fue saliendo de la aldea y su preocupación iba en aumento, temía lo peor. El soldado seguía ahí mirándole con una actitud empática, expectante.

—Han venido por... Ha sido todo muy rápido, yo...—balbuceaba el muchacho.

El soldado logró interrumpir las palabras del chaval con tan solo un movimiento de mano, alzándola levemente e indicándole con la mirada que se tranquilizara, pero no era tan sencillo. El humo flotaba hacia él, el olor a carne quemada comenzaba a aferrarse a sus orificios nasales, los gritos y llantos venían de todas direcciones y su mente no podía dejar de recordar esas palabras. Todas las cálidas salpicaduras de sangre contra su cara eran incapaces de ahogar aquella voz. Quizá fuera la continua presencia de aquel soldado enfrente suyo lo que hacía no se borraran de su cabeza, aun así, logró posar la mirada en los ojos del hombre, el cual asintió.

—¿Qué has visto, joven?— Preguntó el soldado con esa entonación típica del militar curtido en batalla, o curtido ya de esas largas noches en el cuartel sacándose los mocos, nunca llegó a saber porqué era realmente.

—Jinetes, por lo menos ocho o nueve, no he podido contarlos.— replicó el chaval mientras se llevaba la mano a la frente para secarse la sangre que aún le goteaba. El hombre asintió y señaló a su derecha, bajando la vista.

—¿Has sido tú?— preguntó de nuevo el militar.

El muchacho descendió también la vista y observó de nuevo el cadáver de aquel hombre con una flecha clavada en el cráneo. De pronto, la brisa se convirtió en un aullante vendaval de furia y el aire crujió, levantando los pelos de la parte trasera del cuello de Zarek. La escena viajó por su memoria en cuestión de pocos segundos, como una visión acelerada de lo ocurrido minutos antes pero ésta vez acordándose de los detalles. Recordó que los jinetes entraban casa por casa, buscaban algo, si no lo encontraban mataban a todo el que hallaran dentro, tiraban antorchas a los tejados al salir y caminaban hacia la siguiente. Recordaba también el grito de su hermana Acantha cuando uno de esos hombres le giró la cara de un sopapo, tirándola al suelo y pateándola sin piedad alguna antes de agarrar del pelo a Hreda, su otra hermana. La memoria no le estaba fallando, recapitulaba el momento en el que aquel desgraciado abofeteó también a su madre, incluso el ajetreo de su visión al correr con todas sus fuerzas hacia ellas estaba presente en dichos recuerdos. Evocaba el momento en el que aceleró el ritmo cuando vio al hombre pillándola por los pelos y desenfundando el pequeño sable que portaba atado a la espalda.

Sabía que no llegaría a tiempo, quedaban demasiados metros y asimiló al instante que sus piernas no podían correr más rápido, por lo que detuvo sus zancadas de inmediato provocando que las suelas de sus botas se deslizaran levemente por la tierra, llevó la mano al carcaj y agarró la primera flecha que su encontraron sus dedos, colocando el culatín en la cuerda y sin quitar la vista del hombre, tensó y apuntó con ambos ojos abiertos tal y como su tío le repetía siempre. Contuvo la respiración y a medida que los dedos dejaban escapar el cordón tensado, se daba cuenta de que no había otra cosa en ese mundo de lo que no estuviera tan seguro. Esa flecha daba en el blanco sí o sí.

Destino o mala suerte, no logró ver el resultado de tal disparo. Soltó el arco nada más ver que tres jinetes se aproximaban a toda velocidad por el camino. Sin saber aún a día de hoy el porqué, agarró el pie de uno de ellos y logró tirarlo del corcel. Sus "camaradas" ni siquiera tuvieron la decencia de mirar atrás al galope, salían cagando leches con la Guardia ya tras ellos. Forcejearon durante largos segundos mientras se golpeaban mutuamente con los puños en cuanto podían. El cansancio se hacía cada vez más pesado, a partir de ahí es todo oscuro, vacío... El recuerdo de su pecho jadeando contra el suelo, sin aliento, repitiéndose mentalmente las palabras que aquellos desalmados gritaban a voces mientras masacraban a su gente es algo que jamás se borrará de su memoria.

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